Profesor del Departamento de Ciencias de la Comunicación de la Universitat Jaume I de Castelló
Yo no voy a poder ir por cuestiones de trabajo. Varios plazos que cumplir, textos que entregar, notas que poner. La prosa de la vida. Pero estaré allí de corazón y con un ojo al streaming. Sé que hay muchas voces críticas -amigas y con las que suelo coincidir la mayoría de las veces- dentro del mismo Podemos que no ven bien esta convocatoria, por considerarla plebisicitaria, excesivamente populista, etc. Lo siento, pero aquí discrepo de mis buenos amigos y compañeros. Creo que es una especie de tabú liberal la idea de que convocar manifestaciones públicas («demostrations», que dicen los anglosajones) es cosa de las organizaciones sociales y de los sindicatos, y que los partidos deben abstenerse y en todo caso apoyar desde la segunda fila. Eso es porque en la división del trabajo burocrático-político de las «democracias emplazadas» liberales el target de los partidos es el electorado, la opinión pública, que así queda completamente abstraído del Pueblo. El Pueblo puede manifestarse en tanto que renuncia a cualquier aspiración legislativa y ejecutiva, que de eso ya se harán cargo las burocracias partidocráticas a través de las elecciones. Pues bien, yo creo que, en buena medida, la ruptura subjetiva que debe ser Podemos debe tender a abrochar estas dos vertientes, debe intentar suturar, abrochar, la escisión artificial entre el Pueblo que se expresa, la opinión que juzga pero no actúa, y el electorado que decide pero delega. Para la mentalidad liberal-burguesa puede parecer obsceno. Pero para esta mentalidad de política de salón, el pueblo es obsceno siempre.
Esta no es una manifestación reivindicativa, como esas ritualizaciones civiles que organizan los sindicatos institucionales cada uno de mayo o cada huelga general controlada. No es para mostrarse al poder y pedirle, sino para que el pueblo pueda ver-se, saber-se. Es un «aquí están, estos son» por actualizar el grito peronista de los 70, y eso que en términos generales mis simpatías por el peronismo son más bien limitadas. Podemos no puede ser sólo una máquina de guerra electoral, sino un instrumento inédito del poder popular.
Ésta es una manifestación para que la opinión pública y el electorado consientan en reconocerse como pueblo. Su destinatario no es la “casta” que administra. Cuando hace diez u once años, en los mejores -los menos sospechosos y sombríos- momentos de Zapatero, la derecha sacaba cada dos por tres sus huestes a la calle, eso sí cumpliendo estrictamente con la etiqueta liberal, esto es, no convocados por el PP sino por la Iglesia Católica o la AVT para escenificar su sinrazón, recuerdo que corrieron unas cadenas de e-mails con el lema «convóquenos, Sr. Presidente». Por supuesto, nunca lo hizo. Debiéramos haber sabido que era un mal presagio, que era el semblante del Zapatero liberal perfectamente temeroso de los tabúes sobre la sociedad civil, a la que se quiere controlando, monitorizando, pidiendo cuentas, al poder, en todo caso, pero jamás constituyéndose como pueblo. No teníamos herramientas para leer la política que hoy, por medio del dolor, sí tenemos.
Pese a mi prosa, allí estará mi corazón libertario con el común, con la lírica y la épica de un pueblo que ya no quiere ser espectáculo, que ya no quiere poner en acto su escena y su representación, sino para sí mismo.
¡Todo mi calor, compañeros! Lo que habrá que pedir a Podemos es que cuando toque el poder, no deje de convocarnos en la calle, que es siempre el primer espacio que conquistas los pueblos. Las urnas son necesarias, pero solas, vacías de votos y esperando, está muy tristes. Y así están la mayor parte del tiempo. Marchar este sábado no es un acto de contestación, sino de responsabilidad sin reservas con una tarea inmensa.